miércoles, 30 de mayo de 2012

Burbujas




I

Cualquier talento, cualquier don, cualquier especialidad, cuando se desarrolla más allá de su funcionalidad, cuando se lleva un punto más allá del nivel que se considera óptimo, cuando trasciende su propia naturaleza y su propia finalidad, adquiere el derecho a ser categorizado como arte. Así, cuando el lenguaje trasciende la capacidad informativa, de registro, de memoria, se convierte en literatura; cuando la suma de ladrillos, hormigón, estructuras y cristales consigue hacernos olvidar que lo que vemos (o que lo que nos acoge) es una casa, se convierte en arquitectura; igual ocurre con la alta costura, con la fotografía más allá de los reportajes de boda o de guerra. Y como consecuencia, los artífices, los poseedores de dichos dones, los que han conseguido cultivar sus talentos de esta forma y con estos resultados, adquieren, pues, el rango de artistas.

Y él era uno de estos artistas. Su don partía de unas premisas que lo diferenciaban de los ejemplos anteriores, pues carecía de una función práctica a la que trascender, pero en el fondo, esto no es de ninguna forma un obstáculo para que su labor consiguiese la consideración de arte. Él hacía burbujas. Llevaba mucho tiempo haciéndolas, y las hacía de muchos tipos y formas. Comenzó como una forma de llenar el tiempo libre, como un impulso natural, no pensado, espontáneo, como el que golpea la mesa con las llaves que tiene en la mano mientras piensa en las facturas a pagar o en la comida para la semana que viene. Poco a poco, se dio cuenta de que le gustaba pasar su tiempo con estas burbujas, y continuó haciéndolas, pequeñas e inútiles, siempre en privado, que es cuando tenemos tiempo para perderlo con pequeñas aficiones que no llevan a ningún lado. Adquirió pues una cierta naturaleza esta afición, y como el que se aficiona a la fotografía, y tras fotografiar a la gente que pasea desde su ventana durante unas semanas, pasa a fotografiar a sus amigos y familiares, pronto se vio construyendo estas burbujas junto a sus amigos y a su gente cercana. Éstos, al principio, ni llegaron a percibirlo; después fue pasando a formar parte de esas cosas que nos acompañan y nos identifican, pese a ser irrelevantes (“A” cruza las piernas de forma peculiar cuando se sienta, “B” castañetea los dientes cuando está pensando en su trabajo, “X” hace burbujas cuando está entretenido…).

Pero alguien se fijó en las burbujas, y reparó en la curiosa perfección que él les daba, y un día lo comentó en voz alta, y resultó que en su círculo todos lo habían pensado, pero nadie había caído en la cuenta de comentarlo. En breve le animaron a que se centrase en las burbujas, que investigara un poco, siempre y cuando le fuese interesante y entretenido, sobre este arte y sus técnicas y secretos. Él empezó un poco a regañadientes, pero pronto descubrió que no solo le producía un placer inmediato e irreflexivo el hecho de hacer burbujas, sino que el interés se convertía en una curiosidad intelectual sobre las burbujas. Leyó, investigó, comparó métodos y teorías, experimentó en privado, y expuso sus resultados en público, primero a su círculo de mayor confianza, y poco a poco, fue mostrando su talento en ámbitos más extensos.

Conseguía en sus burbujas no solo unas cualidades visuales y sensitivas que captaban, o mejor capturaban, la atención del público, sino que también empezó a ser reconocido en ámbitos más iniciados por la perfección técnica y estructural de sus obras. Se fijaron en el medios de comunicación, al principio de manera superficial, como un entretenimiento más, pero cuando su nombre empezó a sonar en el extranjero (como siempre, las burbujas tienen una gran tradición en otros países más allá de nuestras fronteras, y son consideradas como un noble arte), se le reclamó como un nuevo personaje del que sentirse orgulloso (como un escritor que recibe fama internacional, o un actor que trabaja en otras industrias y vuelve a casa con prestigiosos premios en su haber), como un nuevo icono. Nunca nadie pensó que las burbujas podían llegar a eso, y menos él, que poco tiempo atrás, ni siquiera era consciente de la sutil complejidad de las mismas, complejidad que él mismo se encargaba de agudizar, habitualmente con éxito.



II

Y se lanzó primero a una gira nacional, realizando burbujas por encargo de los ayuntamientos y los gobiernos regionales, por las corporaciones y empresas, ávidas de patrocinar la nueva sensación. Pronto estas giras se tornaron internacionales, y su éxito se consolidó en todo el mundo. No quiero decir que fuese considerado el mejor del mundo en su especialidad, pero esto nunca ha sido necesario para poder ser considerado un artista.

Con esta fama, y los evidentes beneficios económicos que le reportaba, pudo comprar una bonita casa cerca de la costa, en una zona que si bien disfrutaba de un clima amable todo el año, y de unas calas pequeñas y recortadas, con un mar turquesa apacible, aún no había sido invadida por la especulación inmobiliaria ni por las masas de viajeros que, gracias a la reciente democratización del turismo, podían atestar cualquier lugar digno de ser visitado. Allí, se concentró primero en adecuar el ático de la casa, abierto en una amplia terraza hacía una de estas calas, terraza que permitía recibir la luz matizada de los preciosos y tranquilos atardeceres que se dibujaban sobre el mar, como un taller espacioso donde tener siempre a mano todas las herramientas y materiales necesarios para trabajar en sus nuevas creaciones. Y una vez el taller se encontraba a pleno rendimiento, convirtió media planta baja en biblioteca y museo dedicado a las burbujas, recopilando todo tipo de materiales, libros y fotografías referidos al tema, aunque las referencias fueran tangenciales (esto le llevó varios años, no muchos, pues la producción sobre el tema no era demasiado extensa). Durante este tiempo, realizaba en público ciertos trabajos, de tarde en tarde, que le permitían mantener una holgada situación económica y proseguir con sus investigaciones y experimentos, siendo estos trabajos creaciones habitualmente pequeñas, de menor importancia que las realizadas antes, caprichosas y no especialmente llamativas. Su fama le permitía presentarse con estas obras y obtener las acostumbradas críticas elogiosas, y trabajos no le faltaban, dado que sus burbujas que habían convertido en un elemento de prestigio, y ningún evento de cierto nivel podía evitar contar con ellas.

Estabilizada esta situación, y dado que estas obras pequeñas no le consumían ni tiempo ni atención, comenzó a preparar obras de mayor tamaño, obras muy estudiadas, habitualmente recreadas sobre papel, con miles de croquis y estudios compositivos previos, con experimentaciones en tamaño reducido dentro de su estudio. Una vez que le parecía que el trabajo había adquirido una entidad suficiente y parecía cerrado, se volvía a encerrar durante semanas buscando una nueva complicación, ya sea estructural o estética, compositiva o conceptual, o tal vez meramente sensitiva, con el compromiso de no cejar en el empeño hasta haber creado una obra completa, total, grande, coherente, trascendente... Acumuló una gran cantidad de material gráfico, que le llevó su tiempo ordenar, clasificar y archivar, para, al fin, seleccionar algunos de estos proyectos y comenzar la última fase, la puesta en práctica.

Cuando las llevó a cabo, en una última gira internacional en la que recorrió los lugares concretos que más le habían llegado al alma (bien por el oído, en acantilados donde el continuo embiste de las olas creaba tremendas sinfonías, bien por los ojos, como en aquellas praderas extensas de colores cambiantes según la vegetación, bien por el olfato o incluso por el tacto, como aquel valle en el que el viento siempre te acaricia la piel y te remueve el pelo), en aquellos donde la tradición de la burbuja se remontaba siglos y siglos en el pasado, o en aquellos donde la acogida había sido más afable y cariñosa; decía, cuando las llevó a cabo, el mundo entero comprendió que se encontraba ante las obras magnas de un gran artista, y le aplaudieron como tal. También se rumoreó que era esta gira una especie de despedida del mundo activo, que dejaría de producir, de crear, y que el retiro sería definitivo. Ante este rumor, él decidió salir ante los medios para anunciar que no, que no se retiraba, que si bien comprendía que sería difícil igualar la magnitud de estas obras, él siempre seguiría activo, pese a que anunciaba posibles rachas de inactividad o de retiro, siempre seguiría creando, y recordaba como empezó, de una manera inconsciente, irracional y espontánea, y ¿quién ha sido capaz de poner fin a un “tic” que surge así, irracional y espontáneamente? Para reafirmar esto, anunció en breve una última burbuja, en una fecha adicional para dentro de esta gira. Y fue en esta última fecha de la gira donde consiguió una obra que sería difícil de olvidar, una burbuja que quedó en las retinas de aquellos que tuvieron la suerte y el privilegio de verla, pues en esta última burbuja consiguió envolver una playa, una marisma que se extendía en la desembocadura arenosa de una ria, con sus mareas, sus dunas, sus pequeñas olas, sus embarcaderos para pequeñas barcas de recreo, sus miradores y sus paseos marítimos de la orilla derecha, donde se encontraban pequeños restaurantes regidos por pescadores de antigua usanza, que cocinaban y preparaban los pescados capturados en la noche anterior y siempre obsequiaban con unas nécoras a los amigos que venía a visitarlos desde lejos; también consiguió incluir en la burbuja toda una zona de rocas y acantilados donde las olas se batían continuamente en un combate en el que los dos contrincantes saben que no habrá asalto final ni ganador, así como la verde vegetación que se desarrollaba por encima de estas rocas, creciendo y trepando por una pendiente escarpada hasta llegar a lo alto de una pequeña colina donde solo crecía una verde alfombra de hierbas que no mantenían la verticalidad por la continua brisa; en la otra orilla, otro embarcadero, que se acompañaba de una iglesia de piedra, con sus imágenes de motivos marinos y pescadores, y algunas pequeñas casas blancas con zócalos de colores. Todo ello quedaba enmarcado dentro de esta burbuja, pero no solo esto, tras años de estudio e investigación, había conseguido crear artificios que parecían ir más allá de las reglas naturales que ordenan los elementos, y así, nadie alcanzaba a comprender como dentro de la burbuja, la brisa que venía del mar continuaba siempre soplando, con variaciones, pero siempre suave; tampoco se alcanzaba a descubrir la manera en la que los rayos de sol, ligeramente inclinados, reverberaban sobre las puntas de las olas creando reflejos de color verdoso, mientras que al tocar la arena de la playa, ésta adquiría un cierto todo dorado, y se creaba un juego de perspectivas entre estas zonas donde el sol golpeaba directo, y las zonas donde se generaba una pequeña sombra. Dentro de la burbuja se encontraban también algunos veraneantes tardíos (era septiembre) que paseaban bordeando las formas ligeramente curvas de las dunas de los arenales, algunos de ellos con sus perros que entraban y salían del agua en busca de palos y pelotas, y otros que terminaban entrando en el agua, corriendo por las zonas de poca profundidad que la marea creaba, y nadando cada vez que llegaban cerca de la corriente principal de la ria, y luchando contras las olas cuando ésta les llevaba hacia la zona de contacto con el mar. Incluso quedó dentro de la burbuja (sin saberlo hasta más tarde) una pareja que se buscaba con inciertos abrazos y juegos dentro del agua, que buscaban con pequeñas ahogadillas y peleas, esos momentos donde la broma se detiene ligeramente y cada uno disfruta del contacto de sus cuerpos, de esos pequeños abrazos.

Para cuando la burbuja se terminó de confeccionar, todo según lo que él llevaba dispuesto en un importante archivo de planos y croquis descriptivos, los observadores quedaron absortos, y durante cierto tiempo incapaces de atender a nada más; así, no fueron capaces de apreciar el momento en el que él abandonó el lugar y se fue, sin necesidad de ver el resultado, pues todo estaba previsto y todo había ocurrido ya antes en su cabeza.


III

Este fue el fin de la gira, y todo el mundo entendió y comprendió que después de esta compleja obra, se retirase de la actividad durante un largo periodo de tiempo. “Necesitará descansar” decían algunos, “¿no estará preparando nuevas grandes obras?” preguntaban otros, “ya le debemos tanto, no podemos cuestionar ni por asomo este retiro” acordaban sin discusión.

Y en parte era cierto, pues necesitaba descansar en su casa colgada sobre la cala que le proporciona vistas sobre un mar turquesa y desde la cual observar atardeceres. Pero no preparaba nuevas obras, puesto que, y esto nadie lo imaginó, él mismo había quedado prendado dentro de esta última burbuja y no era capaz de pensar en como crear ninguna nueva burbuja. No solo por el cansancio, por los meses de estudio e investigación, por lo difícil de coordinar la creación de esta obra, ni por el cansancio físico derivado de la construcción siempre manual y artesanal de la misma burbuja. Si esta burbuja había sido posible, si había sido capaz de construirla, de pensarla, de llevarla a cabo, es por que había dejado el corazón en ella, y ella, la burbuja, había tomado, había conquistado parte de su corazón, como lo había hecho también con su cuerpo y su mente. Pero el cuerpo y la mente se pueden recuperar, descansando, pero el corazón nunca se sabe si será posible recuperarlo. Pensó que el tiempo era la única arma para recuperarlo (o incluso para terminar de perderlo, que siempre es otra opción) y por ello se retiró a su casa en la costa, sin subir al estudio, sin entrar en la biblioteca, tan solo viviendo para esos atardeceres sobre el mar turquesa, que si bien no era el mismo mar, siempre le ponía en contacto con aquel otro mar y aquella ria y su desembocadura que aún se mantenían dentro de su burbuja. Por que una cosa que no se ha mencionado, y que constituye uno de los logros por los que era más admirado, era la capacidad de otorgar a sus burbujas una permanencia en el tiempo; al principio consiguió que se mantuvieran minutos, horas… y fue aclamado cuando una pequeña burbuja suya permaneció durante días, el record de la semana le costó bastante tiempo de trabajo y experimentación. Pero nadie había ni siquiera reflexionado sobre los logros en este campo de la durabilidad que pudiera haber alcanzado en las burbujas realizadas en esta última gira, y tampoco en esta última burbuja. Y de hecho, la burbuja continuaba allí, y él continuaba mirando el mar en su retiro todas las tardes, y la gente se acostumbró a las burbujas como se acostumbran a los puentes y edificios que se van añadiendo a las ciudades, como los viaductos de las autovías que se añaden a los paisajes, como las nuevas caras que llegan a nuestras vidas (nuevos clientes en los bares, nuevas caras en las cenas de navidad, nuevos compañeros de trabajo) y pronto dejaron de preocuparse por eso.

El retiro se alargó, y nadie se lo cuestionó, se había retirado, pero todos concluían de acuerdo en que el retiró se produjo en el mejor momento, en lo más alto de su carrera, y si bien siempre añoraban las burbujas que podrían haber disfrutado este tiempo, y aunque nadie perdió la ilusión por una nueva burbuja en un hipotético futuro; nadie le reprochaba en absoluto el retiro, y todos le guardaban un cierto y sincero afecto en su recuerdo.

IV

Fue así que cuando el retiro terminó, mayor fue la sorpresa y la incomprensión que recibió, pues nadie en absoluto esperaba que la naturaleza de la última aparición en público del artista de las burbujas se desarrollase de la manera en que lo hizo, ni los más avezados expertos en su vida y obra, expertos no ya en burbujas, sino en “sus” burbujas, pudieron jamás esperar las acciones que realizó en cuanto salió de su retiro.

Salió una mañana de la casa, con una pequeña bolsa de mano, y se montó en el coche. La noticia pronto corrió de boca en boca primero en el pueblo vecino a la cala de color turquesa, y pronto trascendió a mayores ámbitos. El retiro se había terminado, todo el mundo esperaba algo. El coche le fue llevando por pequeñas carreteras de monte hacia lugares donde había elegido situar algunas de las burbujas de la última gira, y al llegar, siempre paraba el coche en alguna curva, aún en el monte, de forma que siempre tenía una vista desde lo alto del paisaje. Allí se paraba a observar, fumaba un cigarro, y tras una pequeña pausa, volvía a circular por las carreteras. Hay que decir que de estas burbujas ya solo quedaba el recuerdo, pues pese a los grandes avances en la durabilidad de las mismas, hacia ya tiempo que tan solo permanecía una burbuja, la última, la burbuja de la ria y el mar. Recorrió los valles, algunos acantilados desde lo alto, las llanuras, y siempre igual, paraba, observaba, fumaba, y seguía. Pronto le seguían algunos coches de periodistas y curiosos, siempre a una prudente distancia, y siempre permanecían en silencio; él no les dirigió ni una mirada ni una palabra.

Tras un largo recorrido, con múltiples paradas, por fin llegó a las inmediaciones de la última burbuja. Desde lo alto de un pequeño cerro, desde donde se dominaba todo el valle, la ria, la playa, los embarcaderos, restaurantes, iglesia y casas, parecía observar la burbuja y la monumentalidad de su contenido. En realidad más que observar recordaba.
Allí la expectación era mayor, pero nadie se atrevía a hablar. De pronto, vieron como abría el pequeño bolso de mano que le acompañaba desde la casa en la costa, y vieron como de él sacaba un pequeño objeto metálico, de forma alargada, se podía decir que era una aguja, pero de unos veinticinco centímetros de longitud, y parecía vieja, ligeramente oxidada en su cuerpo, mientras que la punta en cambio brillaba como lo hacían aún las crestas de las pequeñas olas que morían en los arenales de la desembocadura de la ría. Vieron como acariciaba el objeto, como volvía a levantar la vista hacia la playa, como, protegiéndose del sol con la mano, parecía buscar algo en la zona donde la corriente de la ría confluía con las olas del mar. “Allí es donde se bañaba aquella pareja, el día de la inauguración de la burbuja” apuntaría más tarde uno de los estudiosos allí presentes. Y estaba en lo cierto. Pero allí ya no había nadie. Retiró la mano, dio la última calada al cigarro, y con gesto desanimado, alargó el brazo derecho con la aguja hacía delante.

Y algo pasó en ese momento, y todo el mundo fue consciente, todo el mundo lo percibió, pero nadie fue capaz de explicar exactamente en que consistía ese algo que acababa de pasar. Pero lo que estaba claro es que la burbuja ya no estaba allí. Un tiempo duró primero la perplejidad, luego un cierto tiempo de desconcierto, y poco después un ligero desánimo y vacío. Todos le miraron, y él seguía en el mismo sitio, mirando hacia el valle. Y todos volvieron de nuevo la vista hacia el valle. Todo parecía seguir igual, todo estaba en el mismo sitio, las olas mantenían su misma cadencia, el viento ni aminoró ni aceleró, las gaviotas seguían volando. Las olas seguían chispeando con reflejos verdes, y la arena seguía teniendo un tono dorado. Pero faltaba algo, eso estaba claro. Algunos definieron la situación como si una veladura hubiese sido retirada, quitando cierta viveza al reflejo de las olas, o al rugido de las olas al romper sobre las piedras de la orilla; pero eran más bien metáforas literarias, por que nadie supo explicar nunca que es lo que faltaba, donde radicaba el cambio.

Entonces el giro sobre sus talones y se dirigió hacia la comitiva que le acompañaba, y antes de que nadie le preguntase, dijo:

-He malgastado toda mi vida, todo el tiempo y los talentos que se me han dado, todo el esfuerzo que he sido capaz de realizar, ha sido en vano. Y vosotros me habéis aceptado, me habéis aplaudido, me habéis seguido en base una premisa nula. Pensabais que mi talento había llegado a convertirse en arte, y yo en artista, y como tal me habéis permitido llevar una vida de trabajo, y de esfuerzo, pero una vida cómoda al fin y al cabo. ¿Quién no querría dedicarse por completo a aquello que más le gusta? Pero es todo falso y nulo. Admirabais, admirábamos las burbujas como algo bello, pero en el fondo, no son más que pequeñas cosas que si sirven para algo, es para algo malo. Las burbujas que he construido solo sirven para una cosa, para retener dentro tiempos y cosas que hemos apreciado en momentos concretos, para retener esas sensaciones. Y esto no vale de nada. El único esfuerzo que realmente merece ser realizado es el contrario. Conseguir crear las circunstancias que nos permitan que la sensación de placer que hemos recibido en ese momento y en ese lugar concreto se contagie y se extienda a todos los demás momentos y lugares. Recortamos, seleccionamos y guardamos, cuando lo que tenemos que hacer es extender, manchar y contagiar.

Dicho esto, se subió de nuevo en el coche, arrancó y condujo de nuevo buscando todos aquellos lugares donde una vez alguna de sus burbujas tuvo lugar, mirando, recordando, y volviendo a viajar.

Los demás recapacitaron en silencio sobre sus palabras, pero estas no quedaron registradas, y fueron olvidadas pronto. Quedó su obra, quedo su recuerdo, pero algo de ese afecto que le guardaban se había perdido.

domingo, 27 de mayo de 2012

Genéricos

(Publicado originalmente en Call me Enric entre Marzo y Junio de 2009)
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En realidad,
no era nada,
no había nada,
con lo cual, nada se pudo romper..

Pero curiosamente,
hizo el mismo ruido
que hacen las cosas bonitas
al romperse..
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Ahora, que con el tiempo y el silencio,
me voy acostumbrando
a la ausencia de los rituales cotidianos
a los que me obligaba contigo..

Precisamente ahora,
te echo de menos más que nunca...
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sábado, 26 de mayo de 2012

Pesadilla

(Publicado originalmente en Call Me Enric el 13 de Octubre de 2009)



La noche no había sido tranquila. El constante ruido de la lluvia golpeando los cristales, el viento silbando por las rendijas de las ventanas, y el complejo coro de crujidos de la madera de puertas y muebles le habían impedido conciliar un sueño profundo. Había sido consciente de que en la habitación de al lado se había encendido la luz un par de veces, también de haber oído voces susurrando una conversación ininteligible para el, al otro lado de la puerta. Aún no había llegado el invierno, pero la casa conservaba el frío acumulado durante las semanas, tal vez meses, que había permanecido cerrada, gracias a los anchos muros que le daban forma. Era una casa más avejentada que vieja, con casi un siglo de antigüedad, en la que aún se mantenían los frescos decorativos en el techo, a pesar de las continuas humedades en las zonas bajas de las paredes. Los techos altos, de casi 4 metros, y los muros anchos y con corazón de piedra la convertían en un perfecto campo estanco para la humedad y la temperatura en cuanto pasaban más de tres días sin que ningún huésped mantuviese el correcto ritmo de ventilación (ventanas, contraventanas y persianas cambiando de posición para captar el aire fresco de la mañana y la tarde en verano; cerradas excepto el mediodía para conservar el calor en invierno.

De todas formas, él tenía asociada la humedad en el aire y el entrar en las sábanas no frías, si no gélidas, y sentir el peso excesivo de las viejas y gruesas mantas, con un sentimiento tibiamente agradable, de serena tranquilidad. El mismo que sentía desde pequeño (sus recuerdos llegan hasta los 6 años aproximadamente), cuando se sentaba, callado, con un tazón de leche tibia, en la mesa en la que su abuela materna, la mayor de sus tías (ambas difuntas ya), el primo cura de su madre y, solo a veces su propia madre, se sentaban a media tarde para rezar el rosario. No se rezaba de forma sentenciosa ni solemne, si no como el que canturrea una canción, en este caso un susurrante coro, mientras juega con las cuentas del rosario entre los dedos. Siempre alguna de ellas dejaba el rosario, y seguía el ritmo del rezo mientras terminaba de zurcir algún calcetín descosido, alguna vez daban los responsos mientras repasaban cuentas de la casa, incluso una vez, siendo muy pequeño, recuerda haber visto a su abuela amasar croquetas, sin levantar la vista de la masa ni de la harina, entre misterios y ora pro nobis. Él nunca asoció esta costumbre, el rosario, como un acto de fé, si no más bien como una forma de llenar el silencio de una casa grande y vacía con un sonido familiar, protector, que entibia el aire frío que se colaba entre las rendijas de las ventanas descuadradas.

Pero de aquellos momentos en los que se fijaron en su memoria estas sensaciones de calma y protección habían pasado ya muchos años. La casa seguía vacía, seguía avejentándose año a año, más bien invierno a invierno. Muchos de los protagonistas de aquellas rutinas no volverían a pisarla, algunos fallecidos, enterrados en un cementerio no muy lejano, en el que la familia acumula recuerdos igualmente tibios entre aires fríos casi a cada paso que se dé entre las hileras de nichos, invariablemente detrás de las lápidas más sencillas entre todas (un nombre, dos fechas, un DEP y una cruz simple). Otros simplemente habían olvidado aquellos momentos, y la casa y el pueblo del que procede su familia se han convertido en meros conceptos sin realidad física, que se mencionan de vez en cuando. Otros simplemente vivían demasiado lejos.

Él pertenecía a la única rama de la familia que aún mantenía la costumbre de volver con relativa asiduidad a la casa, en principio por la cercanía, pero también por determinadas circunstancias, que dotaban al pueblo y a la casa de beneficios y comodidades frente a la ciudad donde residían. No comodidades físicas, si no ausencia de posibles causas de problemas.

No había dormido bien, y tenía la sensación de que no había sido el único en tener una noche intranquila. No había podido captar las breves voces que había oído susurrando en la habitación continua, donde dormía su madre, pero si cierto tono de preocupación; el mismo que le parecía captar en el abrir y cerrar de puertas, siempre lento, las puertas se encajan y no se abren fácilmente con la humedad, que terminó por sacarle del duermevela.

-”Enrique, ¿Enrique?”

Abrió los ojos, y tardó un momento en enfocar a través de la luz amarilla de bombilla antigua que se colaba por la puerta abierta. Pronto en el contraluz, y en la voz, reconoció a su madre.

-”Enrique, despierta. Despierta hijo, anda. Levantate, rápido, por favor”.

-”Ya voy, un momento” - respondió, mientras apartaba la cara de la luz, girando el cuerpo hacía el lado contrario.
-”Date prisa, por favor, es importante.”

La insistencia le hizo volverse de nuevo, y vió la cara de su madre, algo agitada, preocupada. También sus ojos, ya un poco más acostumbrados a la luz, le trasmitieron una nueva información, era temprano, por la ventana apenas se colaba la luz que habitualmente le despertaba, ya entrada la mañana.

-”¿Pasa algo?”
-”Anda, ven, date prisa.”

Se levantó, mientras su madre entornaba la puerta, discreta, al tiempo que él se vestía con el mismo pantalón y camiseta del día anterior.

-”Tu padre se ha dejado la televisión encendida, y ya sabes que a veces cierra la puerta con llave. Y mira que le hemos dicho que no lo haga, pero claro, ya tiene la costumbre, y no se le puede hacer cambiar.” - le explicaba mientras él se calzaba - “El caso es que no se le oye, con el volumen de la tele, ni los ronquidos. Y no contesta, debe estar dormido como un tronco, como siempre. Ya sabes que me pongo nerviosa con estas cosas. Anda, ve tú, abre y le despiertas. Pero de la tele no le digas nada, eso ya se lo digo yo. Que luego se enfada contigo y os peleais. Lo de la llave, también se lo digo yo. Pero ve, rápido y abre, ¿de acuerdo?”

Todo esto se lo iba diciendo mientras caminaban juntos primero por el despacho que había pertenecido a su abuelo, con muebles viejos, sillas con respaldos de cuero y una estantería de estilo art-decó llena de ejemplares del París-Match. Por el amplío pasillo que partía del vestíbulo, él iba pasándose las manos alternativamente por el cabello y por los ojos, restregándoselos. Hacía ya algunos años que su padre y su madre no dormían juntos, ni en su ciudad de residencia habitual, ni en la casa del pueblo. En ambas, su padre prefería tener una habitación para él, con su televisión, sus juegos y revistas de ajedrez, sus libros, en un constante desorden, mientras que su madre mantenía los dormitorios nupciales de ambas casas, siempre bien arreglados, con las camas tapadas por los juegos de sábanas y mantas de su abuela. Su padre habitualmente se dormía con la televisión o con la radio encendidas, y él ya estaba acostumbrado a pasar por la habitación del padre, cada noche, y al tiempo que apagaba el aparato, recogía las tazas de café vacías y ponía un cierto orden en el escritorio. Pero anoche no lo hizo. Llegó tarde, de un viaje, había pasado unos días lejos, oficialmente con unos amigos, aunque en realidad se había citado en un pequeño hotel con una antigua amante, para convertir lo que deberían haber sido unos días alegres de paseos, comidas en bonitos restaurantes, un encuentro amoroso más como recuerdo del pasado compartido que como una puerta a un futuro; en un fin de semana de reproches, de viejas deudas reclamadas, de desánimo, de noches sin dormir, fumando, repasando errores.

No apagó la televisión ni recogió las tazas vacías de su padre cuando llegó. De hecho, llegó lo suficientemente tarde como para ni siquiera saludarlo, si no dirigirse directamente a su habitación, dejar la maleta cerrada junto al armario, y entrar desnudo entre las sábanas para recuperar esa sensación de frío confort. Pero no lo consiguió, los reproches (propios y ajenos) pesaron más que la memoria de las sensaciones, y, junto al ruido de la lluvia y el crujir de los muebles, construyeron una noche de sueños intranquilos.

Desde el pasillo pasaron a la salita de estar, antigua cocina, donde la ventana sin visillos dejaba ver un patio barrido por una fuerte lluvia; y de allí a otro pequeño pasillo que llevaba a la habitación donde el padre se había instalado. La televisión se escuchaba desde el pasillo, y bajo la puerta y entre las rendijas se escapaban pequeños destellos.

-”Papá... ¿Papá?”
Golpeó la puerta suavemente.

-”Papá, soy yo, levantate, vamos, que te he preparado ya el café”
Volvió a golpear algo más fuerte.

-”Venga, levantate y abre la puerta... ¡Papá!... ¡Papá! ¡Abre! … ¡Abre de una vez!”
Poco a poco subió el tono de voz hasta terminar gritando de la forma que siempre hacía enfadar a su padre cuando lo tenía que despertar. Los golpes fueron cada vez más fuertes.

-”¡Venga, que ya es de día!” - Mintió mientras forcejeaba con la puerta, cada vez más nervioso.

Muchas veces, y sin motivo aparente, se habían encontrado con que su padre cerraba la habitación con llave, pese a que le habían insistido mil veces que no era prudente hacerlo. En la casa de la ciudad lo habían solucionado, cambiando todos los pomos de las puertas por otros sin cerrojos, pero aquí en el pueblo las puertas conservaban sus cerraduras. Forcejeó un momento, pero esta vez la puerta no estaba cerrada, tan solo oponía resistencia por la hinchazon de la madera causada por la humedad.

La puerta se abrió. Él entró, apagó la televisión al tiempo que encendía la luz. Su madre no se atrevía a asomar la cabeza aún. La cama quedaba escondida tras la puerta, así que no pudo ver que allí no había nadie dormido hasta que no cerró la puerta. No había nadie en la cama, que no estaba deshecha. Tardó un momento en darse cuenta de que a través de la ventana abierta entraban golpes de lluvia que encharcaban el suelo de la habitación.

-”Mamá, no está. Aquí no hay nadie, y la cama no está deshecha.”

Se miraron con desconcierto. Esperaban verle dormido, incluso esperaban oír los ronquidos desde el pasillo, y que si antes no se escuchaban, fuera a causa de una postura, un giro en la cama. Esperaban que alguien se despertase agitado al escuchar el ruido de la puerta abriéndose, quejándose y gruñendo, todavía dormido. Pero lo que no esperaban bajo ningún concepto era esa cama vacía y sin tocar. Seguían mirándose.

-“Mamá, ¿tu lo has oído levantarse o algo? ¿has oído la puerta? - rompió él el silencio.
-“No, hijo, no he oído nada.” - su madre respondía, pero en realidad le miraba con una cara asustada, pidiendo algo de seguridad, tal vez alguna idea que rompiese el desasosiego.

-“Bueno, vamos a ver. Vete a ver el los baños de dentro, yo voy a la cocina y al baño del patio, ah, y a los coches, ¿te acuerdas de aquella vez que se fue al coche, que había ido a escuchar la radio allí? Decía que se escuchaba mejor y se quedó encerrado con el cierre automático. Seguro que nos encontramos alguna taza de café y un cigarro en el sitio más insospechado” - Dijo él, simulando tranquilidad y seguridad, intentando convertir la situación en un juego.

Su madre aceptó el juego, esbozó una tibia sonrisa y empezó a recorrer la casa, mientras él, juego si o juego no, abrió la puerta del patio y salió a la lluvia. Era más fuerte de lo que parecía a través de la ventana de la cocina, más de lo que le había trasmitido el ruido durante la noche. Caían chuzos de punta, y antes de llegar al pequeño cuarto de baño que había en una esquina del patio ya estaba completamente empapado por una lluvia fría, compuesta por gruesos goterones que caían a plomo sobre el suelo de barro del patio y sobre su cabeza y su escasa camiseta. Forcejeó con la puerta del baño, que al final se abrió con un quejido, pero dentro tampoco había nadie. Recorrió de nuevo el patio, con el agua ya dentro de los zapatos, camino del pequeño corral donde aparcaban los coches. En el corral el suelo de piedras, entre las cuales crecía una vegetación fruto del descuido, resbalaba, y tuvo que contener su creciente impaciencia para evitar caer. No había nadie dentro de los coches. Permaneció parado en mitad de la lluvia, pensando dónde se podía encontrar su padre. Alguna vez antes se había desorientado durante una tarde, y habían terminado encontrándolo dando vueltas en el doblado, así que se dirigió hacía la casa, buscando a su madre. La encontró cerrando habitaciones después de comprobar que no había nadie en ninguna de ellas.

-”¡Ay, hijo! Aquí no hay nadie..” - el desconcierto había dado paso al nerviosismo, y ahora se encontraba bastante alarmada. La madre era una mujer que si bien había tenido siempre una personalidad estable, incluso fuerte, desarrollando una sólida carrera en la administración durante su vida profesional, pero a la que los años le habían hecho llegar un punto de inseguridad, que le hacía refugiarse en sus hijos.
-”No te preocupes. Mira, hazme un café, y ahora pensamos, ¿vale?” - Mantenía aún el tono tranquilizador, y mientras hablaba puso las manos en los hombros de su madre. Ella era considerablemente más baja que él, así que los ojos que empezaban a brillar le miraban desde abajo. Era en estos momentos en los que él se daba cuenta de cómo los años iban pasado por su madre, no solo por su padre. Cuando llegaba la declaración de impuestos, y ella no conseguía descifrarla, pese a haber dedicado su vida a gestionar miles de impresos como ese; cuando el coche se estropeaba, y le faltaban reflejos y decisión, y le daba miedo llevarlo ella al taller, por que no se iba a enterar de nada de lo que le explicase el mecánico. Con algunas cartas del banco. Con los médicos. A veces con su marido. En esas ocasiones, y cada vez más a menudo, el veía como el tiempo había transformado esos ojos, que ahora le miraban a él desde abajo, cuando él aún tenía la conciencia haber pasado más de media vida siendo él que llamaba a la madre, que acudía a levantarlo del cuelo cuando se caía, a consolarlo con algún suspenso injusto, a prestarle algo de dinero cuando no le iba bien. Aún se le hacía difícil asumir que ahora él era la persona fuerte, la que consolaba y arreglaba, la que solucionaba y conseguía. Siempre una parte de su cabeza luchaba, e intentaba hacer que su madre se mantuviera activa y con capacidad de decisión, no hacía tanto tiempo que se había jubilado, no hacía tanto tiempo desde que ella sola gestionaba un departamento. Pero siempre terminaba ganando una parte menos racional de él que asumía ese rol de protector, siempre terminaba usando ese tono de voz tranquilizador y hasta un poco bromista, mientras le ponía las manos en los hombros - “Mientras lo preparas, yo subo al doblado.”

Subió las escaleras tranquilamente, pero terminó subiéndolas a saltos, de tres en tres escalones. Recorrió las estancias del doblado, segunda planta con la misma superficie que la planta principal, pero con diferente distribución. Este doblado se había utilizado como almacén de grano, secadero de embutidos y trastero, y ahora la mayor parte de las dependencias permanecían vacías, con el suelo antiguo y el techo de vigas de madera. En algunas habitaciones se habían acumulado algunos trastos, testigos de otra época, como tinajas, baños de latón, algún reclinatorio, e incluso dos lápidas. Otras estancias se llenaban con restos de mudanzas, con cajas llenas de libros, vajillas y otros enseres, fruto de los traslados de casi todos los miembros de la familia, que habían utilizado la casa como guardamuebles. Pero allí tampoco había nadie. Faltaban algunos cristales de las ventanas allí arriba, y esto hacía que las corrientes más fuertes le revolviesen el pelo aún mojado. Y el frío se le metió en el cuerpo. ¿Dónde estaba? ¿Dónde demonios se había metido su padre?. No se había quedado dormido en otra habitación, algo relativamente normal. Ninguna puerta le había jugado una mala pasada, no estaba accidentalmente encerrado ni en los baños ni en los coches. No estaba dando vueltas, mirando entre las cajas de las mudanzas, con la escusa de buscar un no-se-qué suyo que no veía hace años. Ni si quiera se lo había encontrado desorientado, casi sin saber quién le hablaba y le cogía de las manos y le llevaba de vuelta al sofá desde el corral, o bien desde uno de los trasteros. No. Esta vez no estaba en casa.

No paraba de darle vueltas a la cabeza, barajando opciones, pensando de forma desordenada, mientras bajaba los escalones, de vuelta a la cocina, donde su madre le esperaba con un café ya preparado y las manos temblorosas.

-”Bueno, no está en casa. Pensemos despacio ahora cinco minutos, y vamos a ver, seguro que caemos en la cuenta de algo, y ya está. Dame el café” - Su madre asentía pero no contestaba.

-”Ayer, por la tarde, ¿que hizo? Durmió la siesta, ¿verdad?” - su madre asintió otra vez, mientras él daba sorbos al café. - “y después, se fue a la partida, ¿dijo algo especial?”

-”Nada, salió, no quiso llevarse el paraguas, y mira que le insistí, se habrá calado. Por que ayer ya llovía aquí, no ha parado.” - contestó la madre.

-”Y después de la partida, ¿volvió a casa?”

-”No... espera, si, se asomó a la puerta y me dijo algo de un partido, pero yo no le entendí. Al escucharle pensé que ya entraba y que pasaba a su habitación. Luego, más tarde, como no se quejó por la cena ni nada, pensé que estaba fuera con eso, algún partido o algo. Luego yo me metí en la cama y no caí en la cuenta si estaba o no. Ya sabes que se encierra en su habitación y pasa horas sin salir ni decir nada. Solo se oye el ruido de la tele.”

-”Bueno, mira, vamos a hacer una cosa, voy a subir, que el mesón ya estará abierto para los cazadores y los hombres del campo, y allí pregunto. Tu llama a las tías y preguntales. Y te quedas en casa, con la puerta abierta, sentada en el brasero, y sobre todo tranquila. Que ya verás como en un momento se soluciona todo. Seguro que se nos pasa algo por alto. ¿Tienes el móvil? Enciendelo y tenlo a mano.”

El pasó por su habitación, abrió la maleta y se puso un jersey. Cogió su teléfono móvil y las llaves y se fue hacia la puerta.

-”¡Y no te muevas de aquí! Ahora vuelvo.”

Subió la cuesta que le llevaba hacia la plaza del pueblo. Seguía lloviendo a mares y el sol no daba pistas de su presencia en el cielo. Era temprano, apenas había luz, y las farolas solo servían para ver las enormes gotas de agua que caían de unos negros nubarrones. En la plaza apenas había actividad. Algún coche viejo y destartalado pugnaba por arrancar, probablemente para ir a alguna parcela de olivos a través de caminos embarrados. Atravesó la plaza, rodeó la vieja iglesia y llegó al mesón donde se daban cita los cazadores y los campesinos más madrugadores, para tomar un café caliente y un vaso de cazalla antes de comenzar la jornada. Ese mesón era el mismo bar donde los hombres se reunían por las tardes para echar la partida de mus o de tute subastado mientras las mujeres cuidaban niños o iban a misa; más tarde, era el único bar donde la televisión era lo suficientemente grande como para que se llenase la sala de sillas para ver el partido, fueran quien fuesen los equipos que lo disputasen. Allí solía ir su padre los ratos en que salía de su habitación, allí tenía su partida, los amigos con los que discutía y se enfadaba a diario, allí siempre defendía al equipo que menos seguidores tuviese cuando había partido. Y allí compraba y fumaba el tabaco que tenía prohibido, y que había dado lugar a las discusiones más serias con su hijo. También la cerveza que bebía allí la tenía prohibida.

Entró en el bar y pidió otro café mientras restregaba los pies en el felpudo de la entrada. No le apreciaban en el bar y lo sabía. Todos lo conocían, y lo que no estaban de acuerdo con las prohibiciones del tabaco y el alcohol se lo recriminaban cada vez que iba a buscar a su padre al mesón. “Desde cuando un hijo le dice a su padre lo que tiene que hacer.” “¿Tu quién te crees que eres para hablarle así a tu padre delante de sus amigos?”. “Déjale que haga lo que quiera, hombre, que disfrute de su cigarrito y de su caña”. También estaban los que en silencio le reprochaban que le dejase salir, que no lo tuviera en casa, controlado.

Bebió el café despacio, a sorbos, hervía. Respiró hondo y pregunto si habían visto a su padre esta mañana temprano. Alguno de los clientes se giró y le dio la espalda. “No, esta mañana no ha pasado por aquí”-le contestó el camarero. “¿y anoche? ¿cuando se fue de aquí?”. Se mantuvo el silencio durante un momento. Las caras duras y curtidas de los que aún le atendían le miraban y le juzgaban. Todos entendían que algo había pasado esta noche. “Yo no estuve, anoche trabajó mi hijo” - contesto serio el camarero. “¿y alguno de ustedes lo vio? Creo que vino a ver el partido, ¿alguien lo vio salir?” - Tras otro silencio incómodo alguien contestó desde una mesa -”Si, estuvo aquí viendo el partido y animando al X, ya ves tu, en este bar y animando al X, tocando las narices. Y se quedó un rato bebiendo sus cañitas y fumando sus cigarritos. Si, y yo le dí tabaco cuando se le acabó el suyo. Y mira que se fue tarde, ¿eh? Y cuando se fue, si es que acaso te interesa, se fue para el bar de abajo, a comprar más tabaco, que aquí no quedaba. Y seguro que se tomó todas las cañas que no le dejáis tomar en el hospital ese que tenéis montado en la casa de las viudas” - Mientras contestaba, el hombre se levantó, y se le iba acercando lentamente. Él sacó una moneda del bolsillo y la dejó en la barra, el camarero asintió serio. -“Gracias, solo preguntaba por si lo habían visto. Perdone.” - dijo mientras se giraba y se dirigía hacia la puerta sin mirar a los ojos al hombre que le había contestado. -”Ni para cuidar a su padre ni para mirar a los ojos tiene éste huevos.” - Escuchó mientras salía del bar.

Seguía diluviando, y el sol seguía empeñado en no salir, y las calles seguían desiertas, pues con la lluvia, las mujeres que salían a comprar a la plaza se quedaban en los zaguanes esperando a ver si escampaba. Solo algún hombre, con una capa sobre los hombros y a lomo de algún mulo trasquilado atravesaba el pueblo. Volvió a rodear la iglesia, atravesó la plaza y bajó por las calles que descendían la ladera hacía la carretera general. En esa dirección, en las últimas casas del pueblo, se encontraba el bar de abajo. En realidad apenas era un bar, salvo por un metro y medio de barra con un grifo tirador de cerveza, el resto no era más que una sala amplia con unas mesas, incluso algún sofá, sin televisor. Allí servían únicamente vinos del pueblo en garrafas y licores de fabricación casera, además de la cerveza y tabaco a escondidas. Las malas lenguas decían que algunos días se jugaban partidas de cartas y de dados donde los hombres se jugaban arrobas de vino, cabezas de ganado y los mulos y caballos. Cuando llegó, estaba cerrado y nadie respondía. Llamó durante un rato, golpeó la puerta con todo el nervio que tenía acumulado. Golpeó la puerta con las ganas que tenía de haber golpeado a aquel hombre del mesón, las ganas de haber golpeado a tanta gente que no le había comprendido en estos últimos años. Con tanta rabia como le gustaría que le hubieran golpeado al salir del hotel, ayer por la tarde, después de hacer imposible cualquier posibilidad de entendimiento con la antigua amante. Con las ganas de hacerse tanto daño en la mano contra aquella puerta de madera seca, como daño había hecho él a la antigua amante, y no solo a ella, si no a tanta gente durante aquellos últimos años. Tanto daño como dolor llevaba el recibiendo y repartiendo por igual durante estos últimos siete años.

Al rato una cabeza asomó por un ventanuco en la casa de enfrente. Una mujer, con la cara cruzada de arrugas y el pelo tapado con un pañuelo le miraba con cara de desaprobación.

-“¡Que pasa! ¡a qué tanto escándalo!” - gritó.

-”Señora.. señora, perdone. Mire, me puede ¿ayudar?”

-”¡Deje los golpes! Que es temprano y parece que vaya a matar a alguien.” - la señora se escondió y cerró el ventanuco.

Él seguía inmóvil en la mitad de la calle, bajo la lluvia, con el jersey completamente empapado y el pelo revuelto. Los pies los tenía metidos justo en la escorrentía de la calle, y el agua le mojaba los bajos del pantalón. Bajó la mirada hacía el suelo, sin ver. Poco a poco, fue consciente del frío que tenía, de que su madre seguía en casa, esperándole, probablemente llorando de nerviosismo. Fue consciente también de la escorrentía y de sus pies, y dio un paso hacia delante, para salir de la corriente. Levantó la mirada y se encontró con una pequeña casucha, con las paredes irregulares y mal caleada, la misma casa del ventanuco. Miró la puerta, sin timbre ni aldaba, solo una viejísima cerradura. De repente, la puerta vibró y giró quejándose sobre los goznes, dejando ver a una señora vestida con un traje negro raído, con un delantal de cuadros azules y blando, encorvada, menuda y con el pañuelo tapando no solo el pelo, si no también parte de la cara.

-”¿Qué le pasa a usted con los golpes? ¿qué le deben algo? ¿busca a alguien? Mire que si trae problemas ya se puede ir, que de esos tenemos muchos aquí.”

-”No se preocupe, solo busco a alguien que me diga si mi padre pasó anoche por aquí. Es un señor viejo, canoso, con gafas...”

-”Pues ayer imposible, que el lupanar ese estaba cerrado, a Dios gracias. Que al Miguel el Turra ese se lo llevaron para el hospital, y que no salga quiera Dios. Así que, ayer, nadie.” - Sentenció la señora.

-”Gracias, gracias, tenga usted un buen día” - la congoja le subía por el cuello, por la garganta, y le ardían las orejas, los ojos, las cejas. Mientras tanto, la señora entró en su casa y cerró con estrépito la puerta.

Seguía inmóvil, impotente, como tantas otras veces, la lluvia no aflojaba, y el sol apenas arrojaba algún rayo horizontal por debajo de los nubarrones. No tenía idea de que hora sería. No tenía idea de por donde seguir. Escuchó el crujir de madera del ventanuco al abrirse, y sin asomarse, la misma vieja dijo:

-“Mire que estaba cerrado, pero ayer tarde, me pareció que alguien pasaba, y mira que llovia. Pero si, alguien pasó. Yo ya estoy muy sorda y muy vieja. Pero por vieja, no duermo, y me paso aquí el día y la noche, cuando no cocino o como, miro por la ventana, pero no veo nada, como que con esta silla y mi espalda doblada no llego a mirar para abajo y no veo la calle ni el bar ese de desgraciados que no paran de gritar y jurar y blasfemar. Pero oigo y rezo, y mientras oigo, rezo por esas almas del demonio, que se los lleve de una vez o que el Señor los encamine para otra parte. Y mientras rezo, oigo. Y aunque esté sorda por vieja, como paso tanto tiempo, reconozco todos los ruidos que esos marranos hacen, y todos los que hay en esta parte del pueblo. Las ratas, no las del bar, las de verdad, mientras roen, a esas, también las oigo. Y los perros, que ladran y se aparean en cualquier lado. Y los gatos que se pelean. Y los pasos que se pierden en ese bar, y los que siguen de largo. Y no, no me digas como era tu padre, que no lo vi. Que desde aquí no veo nada. Que no se si es alto bajo, gordo o canoso, ni si tiene gafas o no. Que tampoco sé ni quiero saber por que lo buscas o por qué se fue. Allá tú y allá el, y allá el Señor con los pecados de cada uno. Que cada uno lleva sus pasos por donde puede, por donde quiere o por donde le dejan. Que yo a mi Venancio no le dejé, que el Señor no quería, pero que él, erre que erre, se dejó los cuartos en ese bar de ahí, si si, en ese que aporreabas. Y los cuartos, y la salud, y las cabras, y al final que no se que perro del demonio le vino a buscar por unas deudas de juego o de cualquier otro pecado. Y aquí me lo dejó, en la puerta de mi casa, aquí, donde estás tú de pie como un pasmarote. Aquí, desangrado. Y yo llevo veintisiete años viviendo con cuatro perras y las sobras que me trae el párroco desde entonces, y lo único que puedo hacer es rezar por esos malos animales que no tienen alma ni sesera, que el Señor haga lo que le plazca con ellos. El Señor o el Demonio. Y si, oí a alguien pasar, que buscaba tabaco iba diciendo, y mira que era tarde, y que como el bar estaba cerrado, que se iba para la gasolinera. Mira tu que ideas. Y que no me cuentes nada, que no quiero saberlo. ¡Ahí con Dios!”.

El ventanuco se cerró de un golpe seco.

Y pasaron unos segundos en los que nada pasó.

Y de repente, echó a correr calle abajo, sin pensar en la escorrentía, en el suelo de piedras, en la pendiente de la calle, ni en el fuego que le subía por el cuello hasta las sienes. Y resbaló y se cayó tres o cuatro veces, y rodó por el suelo, pero siguió corriendo. Salió del pueblo por la carretera local, recorrió las curvas de la era, las del molino. Pasó por la finca del tío Pedro, que era tío de su madre. Y siguió corriendo mientras rompía a llorar, pero en el fondo daba igual, pues estaba tan empapado que no se distinguían lágrimas de gotas de lluvia. Y mientras recorría los tres mil metros que había hasta el cruce con la carretera general, lloraba, lloraba y gritaba hasta pensar que le sangraba la garganta por dentro.

Llegó a la gasolinera, que llevaba tres años y medio cerrada, sin vender tabaco ni gasolina. Y apenas veía nada.

-“¡Papa! …. ¡Padre!”- gritaba con los pulmones en la garganta. Era la primera vez que le llamaba así, padre, y lo repitió varias voces, mientras perdía las fuerzas y el resuello. No parecía haber nada aparte de el desorden y la dejadez y el abandono normal en un edificio cerrado en mitad de la nada durante años. Otra vez bajo la mirada, con las manos en las rodillas, recuperando el aire, sin dejar de llorar ni de llamar a su padre, “padre”.

Algo le alertó por el rabillo del ojo, un bulto se movió, gruñó. Levantó la mirada y se acercó a saltos. Su padre, envuelto en el viejo abrigo verde, sucio y empapado se incorporó. Estaba sentado con la espalda apoyada en la pared del lateral de la gasolinera, donde estaba la puerta cerrada del baño. Se acercó, terminó de ayudarle a incorporarse. Le cogió la cara entre las dos manos, y le miró a los ojos a través de las gafas sucias. Tenía las pupilas dilatadas y no fijaba la mirada. No le reconoció. Las manos se le caían, igual que un lateral de la boca. Igual que la primera vez, hace siete años, hace ya siete años. También igual que la otra vez, hace ya solo dos y medio, pero eso fue en verano, y él estaba fuera, muy lejos trabajando, y no estuvo allí. Le llamó por su nombre, que era el mismo para los dos. Le pellizco las palmas de las manos. Llegó a abofetearle suavemente. Apenas respondía. Le tocó la frente. Tenía fiebre. Buscó el móvil en el bolsillo y comenzó a marcar el 112.

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El viento seguía azotando las ventanas y las persianas. Fuera se oían las hojas de las palmeras agitarse. Se despertó sobresaltado. Miró el reloj. Las 5:37. Encendió la luz y miró al techo, al suelo, a las paredes. Recordó donde estaba. En El Ejido, y aún quedaban dos horas y media para su primera clase del día, pero ésta era ya la segunda pesadilla de la noche.

viernes, 25 de mayo de 2012

"Flamenco Skecthes (alternate take)

(publicado originalmente en Call me Enric el día 17 de Noviembre de 2009)




Opción A:

Como astrónomo, llevo años buscando vida inteligente no terrestre..
Cuando la kippelización* me dominaba, la descubrí en el fregadero de mi casa..
Al no ser capaz de comprenderles, fregué la loza y, sencillamente, los exterminé..

Opción B:

Como historiador, llevo años estudiando los siglos, en busca de esa personalidad clave e imprescindible, esa persona capaz de hacer girar el mundo en sus manos.. Un día, al despertar, miré tu lado vacio de la almohada y me dí cuenta de que no supe encontrarte.

Opción C:

Supe ordenar la ciudad, sus parcelas, las unidades urbanización, las zonas verdes, los servicios, aparcamientos, supermercados, zonas educativas y suelos industriales.. Publiqué y edité normativas, prerrogativas, licitaciones y concursos de ideas.. Pero nunca supe edificarme por dentro, racionalizar nuestros espacios, nuncá supe ordenar nuestras servidumbres.

Opción D:

Intenté convencerme de que te estaba perdiendo, de que te escapabas, de que inevitablemente te alejabas de mi. Pero en realidad, era yo el que te echaba..

Opción E:

No tengo afán de protagonismo, no quiero que las cosas giren en torno a mí. Por eso, tan solo sembré la semilla y te dejé a tí regar y cultivar la planta de nuestra separación. Al final, casi logré convencerme de que yo no había tenido nada que ver..

Opción F:

Nunca te eché tanto de menos como cuando estuve convencido de que jamás volverías. A los cinco minutos de tu regreso, ya me faltaba el aire y el espacio, comenzabas a sobrarme, comencé a mirar hacia otro lado.
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*Kippelización: de kippel, término utilizado por P.K.Dick en la novela "Sueñan los androides con ovejas eléctricas" para referirse a toda esa basurilla indeterminada, sobres abiertos, facturas, publicidad, paquetes y envoltorios, también aplicable a la acumulación de tazas, platos, cubiertos sin fregar o recoger, que, uno a uno son insignificantes, pero que pasado un tiempo pueden llegar a ocupar un espacio enorme, evitando que usemos una mesa, una zona de la cocina, parte del pasillo, o incluso, una habitación entera de nuestro piso. El proceso de kippelización sería parecido al proceso de entropía.

lunes, 21 de mayo de 2012

"... todavía estaba allí"

(Publicado originalmente en Call me Enric el día 2 de Agosto de 2010)


Ocurrió durante un viaje de estudios a Londres. Hacía cola en una tienda de discos y reparé en la figura que tenía delante. Era increiblemente parecido, pero no podía creer que fuera él, Londres es demasiado grande, y además, ¿para qué estaría él haciendo cola en una tienda de discos como esta? Intenté fijarme en cada detalle, y todo me hacía concluir que sí, que no había duda posible, era él y estaba justo delante de mí. Decidí hacer un poco a un lado, para ver su perfil y para observar la expresión de la cajera mientras le atendía. Estaba un poco más viejo, claro, con peor aspecto. La cajera le ofrecía una dubitativa media sonrisa, creo que aún no acaba de aceptar la presencia de quién tenía delante. Miré alrededor. Algunos clientes le miraban, levantado los ojos de los estantes de cd, y las expresiones de duda, de sorpresa, de reconocimiento y de emoción iban saltando de cara en cara. Él depositó un cd en el mostrador, delante de la cajera, qué, manteniendo la media sonrisa procedió a cobrarle.

   No se si fue el hecho de estar en un país extranjero, la pasividad del resto de los clientes o mi propio espiritú impulsivo, pero algo me empujó a pasar a la acción antes que nadie y decidí interpelarle en mi torpe inglés:

   "Perdone, ya se que debe estar harto, y que esto le debe pasar a menudo, pero comprenda, me hace mucha ilusión..." mientras levantaba la cámara de fotos, sugiriendo hacernos una foto juntos. Con un gesto firme apartó la cámara, que se me cayó de las manos.

   "De acuerdo, nada de fotos" conseguí balbucear mientras me daba cuenta de que, a esta distancia, parecía mucho más grande e imponente. Él miro a la cajera, le brindó un guiño de complicidad, levanto la mirada por encima de mi cabeza y paseo la mirada por la tienda, observando al resto de clientes. Y en ese mismo instante, lanzó una dentellada, fuerte y precisa, y aprisionó mi cuerpo de forma que mi cabeza y mi torso se encontraban dentro de su boca. Afianzó la presa, y con dos rápidos giros de cuello, rompió mi espinazo. Apretando las mandíbulas por tiempos, y desplazando mi cuerpo por su boca, fue quebrando cada uno de los huesos mayores de mi cuerpo, destrozando la caja torácica. Los afilados colmillos aprovecharon para rasgar la piel de mi abdomen, de forma que terminé convertido en una masa pulposa de cintura para arriba. Con un gesto otra vez del cuello, fue introduciéndome en su esófago, poco a poco. Al intentar quebrar la pelvís, último escollo óseo, mi pierna izquierda se desprendió y fue a parar al suelo. Sin dudar, continuó engulléndome. Cuando lo hizo, recogió con cierta tranquilidad la pierna desprendida, y de un solo gestó, fue a parar al esófago, camino del estómago con el resto de mi cuerpo.

   Terminada la acción, que en total no duró más de 25 segundos, volvió a dirigirse hacia el mostrador de la caja, pagó la cantidad que brillaba en la pantalla, recogió el cd, le ofreció un nuevo gesto a la cajera, una amplía sonrisa con un cierto aire de complicidad, que compartió con el resto de los clientes mientras salía de la tienda, pasando por encima de un charco de sangre que su cola, con un movimiento en zig-zag contínuo, extendió por todo el suelo. Los clientes se miraban con asombro los unos a los otros, reconociéndose testigos de este hecho, que seguramente contarían durante años a sus amigos. Alguno buscó, y encontró, entre la sangre, algún pequeño resto de mi cuerpo, como un dedo desprendido, lo recogió y lo apretó en su mano. En casa, le haría fotografías que mostraría en sus perfiles de redes sociales, y lo guardaría como un tesoro.

   Y es que no todos los días, uno se encuentra con uno de los más grandes de la historia, todo un dinosaurio del rock, y aún menos, tiene uno la suerte de verle actuar, improvisando, en directo.

domingo, 20 de mayo de 2012

...

(publicado originalmente en Call me Enric el 2 de Agosto de 2010)










Aún recuerdo cuando estábamos tan cerca,
tan cerca,
que cuando te abrazaba,
deslizabas tus manos
bajo mi ropa,
acariciando mi cuerpo,
y arrancandome las costillas
una a una,
extrayendo los pulmones,
abrazándolos,
aspirando de mis labios
el último suspiro,
buscabas, allí dentro,
ese "algo" esquivo,
que nunca fuiste capaz de encontrar..

martes, 8 de mayo de 2012

¿Sabes? (In a sentimental mood)

(publicado originalmente en Call me Enric el 31 de Agosto de 2010)




-¿Sabes?, me gustas.

Dijo él, sin levantar la vista del cafe.

-¿Perdona?
-Eso. Me gustas. Y no es una tonteria. Me gustas desde el momento en que te vi por primera vez, y además, para ser sincero, tengo que reconcerte que me gusta tanto tu físico como otras muchas cosas más. Tus gestos, tus manías, cómo te enfadas, cómo ponderas la situación y como, por último, contemporizas y actúas; tus piernas y tus ojos. Vaya, que me gustas y te he estado observando todo este tiempo.

Él seguía removiendo el cafe, mientras ella retiraba su atención de la revista que llevaba un rato ojeando en silencio, y al levantar la vista, se encontró con los ojos de él, que le miraban fijamente.

-Ya lo sabía.
(vanidad)
Contestó mientras retiraba la mirada.

-¿el qué? ¿que me gustas o que te observaba?
-Las dos cosas.

Ella sonreía.

-Bueno, pues ya es oficial.
-Vaya. Me halagas. Pero ya sabes lo que te he dicho varias veces en este tiempo.
-No, no, tranquila. No te estoy pidiendo nada. No te confundas. En absoluto. Tan solo quería que quedase claro. Necesitaba decirlo. Y necesitaba que lo escuchases. Pero no es ninguna propuesta, ninguna petición, no te equivoques. Ya sabes que yo tampoco estoy para nada. Además, a veces pienso que es algo que no tiene nada que ver contigo, que es algo que me pasa a mi y punto.

Él bajó la vista, centrándose de nuevo en el café.


-Ah, vaya. Ahora no se que decir.
-No tienes que decir nada.

Ella removió con el tenedor los restos de su macedonia.

-Pero entonces.. tengo que hacerte una pregunta. Si te gusto desde el principio, ¿por qué siempre que hemos estado a solas permanecías callado, casi mudo? ¿por qué apenas me hablabas?

-Por que he aprendido a reconocer el peligro cuando lo tengo tan cerca.

lunes, 7 de mayo de 2012

"Están entre nosotros"

( publicado originalmente en Call me Enric el día 19 de Octubre de 2010, en un artículo en colaboración con el blog El Cuaderno Líquido )




       Hace tiempo que me ronda por la cabeza una idea, en realidad una sospecha. No estoy solo. Nada de lo que me ocurre es casual. Alguien vela por mí, a cada paso, en cada decisión, casi en cada momento de mi día a día, a lo largo de mi vida, alguien o algo ha estado ahí, observando, vigilando. ¿Y cómo he llegado a esta conclusión? es fácil, la realidad, o la realidad tal y como nos la cuentan, tiene errores, tiene fisuras. Los famosos dejà vú, las caras que reconoces en ciudad en las que nunca habías estado, esos olores que no conocías pero que activan inmediatamente zonas oscuras de nuestra memoria. Nada de eso es azar, estoy convencido. 

   Y las manchas que se mueven en nuestra vista, las miodesopsias, las justifican como opacidades del humor vítreo, causadas por la vejez y la miopía; como siempre, inventan ese lenguaje complejo para esconder y disimular sus mentiras. Son como esas cosas oscuras que se mueven tan rápido siempre en el límite de nuestro rango visual. Esos pequeños cuerpos que se escapan a rincones oscuros, en el límite de nuestra visión, en el límite de nuestra conciencia. Dicen que son reflejos de luz, que jugando con nuestra falta de atención, nos parece que se convierten en cuerpos sólidos, pero que en realidad están en nuestro ojo. 

   Mentira. Yo lo sé. Son reales. 

   Están ahí y se mueven, y conviven con nosotros en los rincones de nuestras casas. Aún no se quienes son, ni que se proponen, pero sé que están ahí. Los veo a cada paso que doy, del sofá a la cocina, al baño, los oigo mientras me ducho, al otro lado de la cortina. Los veo moverse cada noche cuando apago la luz, entre las pequeñas tinieblas que se forman en la habitación. Y cuando salgo a la calle, sé que están ahí, en otros cuerpos, de otra forma, pero siempre están ahí. Se reflejan en los espejos retrovisores, como destellos de luz que pasan rápidos. Se esconden en los ángulos ciegos. En las caras de esas personas que se te quedan mirando, esperando al semáforo verde, desde la acera de enfrente. La cajera del mercadona que no saluda, que se mueve mecánicamente, que no te cuenta que las manzanas están hoy muy frescas y baratas, que no te canta el importe de la cuenta, que no te mira a la cara cuando acompañas la tarjeta de crédito con el carné.

   Están ahí, siempre ahí. Brett Easton Ellis lo sabía, pero debía saber algo turbio sobre ellos cuando escribió Glamourama, allí eran esas pequeñas bolitas de corcho blanco, que aparecían por todas partes, y que terminan siendo premonitorias de las catástrofes. Y en Lunar Park cobraron vida en el cuerpo de ese pequeño juguete de peluche de la niña, el que terminó devorando al perro.



   No creo que sean malévolos. Llevo conviviendo con ellos 33 años, no me han hecho daño. Ya estaban allí cuando por las noches llamaba asustado a mi madre y le obligaba a abrir los armarios, para que mirase qué había ahí dentro. Pero ellos no se dejaban ver, y siempre volvían en cuanto mi madre se alejaba, apagando la luz. Ella creía que me tranquilizaba, pero en realidad, lo que ocurrió es que con el tiempo me fui acostumbrando a su presencia. Y de un tiempo a esta parte, me dedico a buscarlos. Sé que se mueven mejor en la penumbra, así que apenas enciendo las luces, siempre cierro las ventanas y las persianas. Llevo unos años mudándome a pisos pequeños, que apenas tengan espacios separados, para poder observar de un vistazo todo lo que ocurre en el piso.  Cierro siempre las puertas, la de la calle con llave y seguro. Enciendo la televisión, apago el sonido, y pongo siempre algún disco de Coltrane, sin letras que me distraigan, y me dedico a observarlos. Pero ellos siempre son más listos que yo. Aparecen únicamente cuando me levanto para preparar la comida, para ir al baño. Apenas salgo de casa, y cuando lo hago, los busco también en las expresiones de esa gente, eso que se te quedan mirando, los que te golpean en el codo al cruzarse y no te piden perdón, en los que se quedan mirando los escaparates, disimulando, pero que realmente te observan a través del reflejo de las cristaleras. 

   En el trabajo me toman por loco, pero es otra parte de la trama. Ya no me dejan entrar en las clases con alumnos, me han dicho que seré coordinador de material, para tenerme encerrado registrando albaranes y comprobando cajas de bolígrafos y folios. Quieren apartarme. Ellos también están allí, en los almacenes del instituto, entre las cajas, en los rincones, siempre en la penumbra.

Ya os lo dije, no estamos solos, nunca hemos estado solos.

viernes, 4 de mayo de 2012

(sin título)

(publicado originalmente en Call me Enric el día 18 de Enero de 2011)


















Ahora,
que soy consciente
de que definitivamente
me has olvidado.


Ahora,
que sé que me has sustituido,
voy a esculpir tu cara y tu cuerpo
en mi memoria,
para poder perderlos
entre cajas de mudanzas,
en el fondo de trasteros,
con los trastos viejos.


Al final será cierto,
todos guardamos algún cadáver
en el recuerdo.





Espada y herida

(publicado originalmente en  Call me Enric el día 3 de Marzo de 2001)



"Ser a un tiempo espada y herida,
látigo y piel,
leso y calumnia,
engañado y a la vez mentira,
la soga que abraza
 el aire que tu espiras"



martes, 1 de mayo de 2012

"Tendría que construir un gesto básico de reflexión (II)"

(publicado originalmente en Call me Enric el día 22 de Marzo de 2011)


"...y me dí cuenta casi al momento, en cuanto tu te fuiste. No, tal vez un poco antes, cuando ví tu cara al salir del servicio, ya vestida y peinada, que no dejaba lugar a ninguna broma. Yo, en cambio, seguía tumbado en la cama, desnudo, medio tapado por el edredón. Fuera acababa de anochecer, habíamos pasado media tarde juntos, un par de horas desde que llegaste, en la cama. Cuando terminamos, yo me encontraba en ese estado tan masculino y tan infantil de alegría idiota que se nos queda cuando hemos dejado todas las fuerzas en el sexo, cuando parece que aún no nos ha vuelto la sangre a la cabeza, y nos dedicamos a todas esas bromas bobaliconas de cosquillas, mordiscos y pellizcos mezclados con diminutivos que en cualquier otro momento nos resultarían extremadamente ridículos. Habitualmente tu respondías a esas bromas con otras, a esos mordiscos con otros, y los pellizcos que me devolvían nos conducían inevitablemente a otro combate entre las sábanas. Luego me besabas, fumabas un cigarro escuchando el último tema del CD que dejabamos puesto de fondo, repitiédose una y otra vez, te vestías te ibas a casa.


Pero esta vez no fue así. No contestabas a mis bromas, y yo debería haberme dado cuenta. Ni un sólo mordisco fue devuelto. Y yo no me dí cuenta. Tampoco me dí cuenta de la desgana con la que le diste al "play" del equipo de música, ni lo ciertamente distante que estuviste en la cama. También he de decir que otras veces habías llegado así al piso, y poco a poco, terminabas entrando en los juegos y tonterías que yo te planteaba. No me dí cuenta y me dediqué como nunca a mis tonterías de niño grande, mientras tu te levantabas y entrabas en el servicio casi sin dirigirme la palabra. Y cuando salías, no recuerdo que chorrada te dije.

Y tu cara no era una chorrada. Estabas seria. Blanca. Ahora en mi recuerdo, alterado por el tiempo que ha pasado, y por el estado en el que llevo este par de meses, te veo casi marmólea, escultórica, hasta me atrevería a decir, dórica."

"Ya está bien, ¿no?
Ya está bien de chorradas, ¿que no te das cuenta que no estoy para estas tonterías?"


"Me quedé quieto, con la boca abierta y caída en mitad de un <churri o un <ñiña> o un <cari o vete tu a saber qué tontería. Mientras me mirabas, me pareció verme desde fuera, y me veía ridículo, desnudo, medio retozando en la cama deshecha, con los genitales blandos y pequeños al aire, recolgando de cualquier forma, para nada honrosa. Y me dió vergüenza ver que me veías así."



"Anda que te vieses desde aquí... Mira, que sepas que me voy, que ya estoy harta. Las tonterías te las guardas y se las sueltas a otra, que yo ya no te aguanto más. Y cuando te dé por madurar, a mi no me vengas a buscar, que ya he tenido bastante"

"y yo no supe construir ni un gesto básico de reflexión, ni una réplica que me devolviese algo de dignidad, ni nada parecido. Me quedé congelado, y no volví a la vida hasta que oí tus zapatos acercándose a la puerta."

"Pe-pe-pero...churri.. niña.. ¡niiiñaaaa!"

"Y esa fueron mis grandes últimas palabras ante el portazo que selló, para siempre jamás, la mejor, más intensa, más cómoda y agradable relación que había tenido en mi vida. Tres años, tres años casi y medio. Desde que nos conocimos, tomando unas copas con los compañeros de mi nuevo instituto en Córdoba, antiguos compañeros tuyos hasta ese mismo septiembre. <Mira lo que nos han mandado para ocupar tu plaza. Anda que no hemos perdido con el cambio dijo Manoli, la de compensatoria de lengua. <Bueno, dale tiempo, seguro que no es tan malocontestaste tu. Y yo mientras solo era capaz de sonreír, meneando la cabeza y la cerveza que tenía en la mano al unísono. Y resultó que mi piso estaba cerca de tu casa. Y que te agregué al facebook. Y que te mande unos cuantos sms. Y que al final te convencí para ir a aquel concierto de nosequé grupo modernillo, que yo realmente ni conocía, y que resultó ser malo con avaricia. Y te sentó mal la cena. Y te llevé a tu casa, y te ayudé a vomitar, te preparé una manzanilla (y sí, fui yo el que te rompió la jarra recuerdo de Alemania que tenías en la encimera, y si, escondí los trocitos, y giré la jarra para que no se viera el desaguisado, por lo menos hasta que me fuera de allí). Y me quedé toda la noche, y llamé a tu nuevo instituto, y al mio, y dije que ambos estábamos con una gastroenteritis de caballo. Y no se como ni por qué, después de comer el arroz blanco insípido que supe hervir, mientras vimos aquella película adolescentes traumatizadas por el divorcio de sus padres en algún pueblo de Minesota, me abrazaste durante dos horas, casi sin mirarme, y luego me besaste, y luego hicimos el amor (o al menos lo intentamos). Y dos meses después ya conocía a tus amigas, y otros dos meses después viniste a mi casa, conociste a mi familia y te enseñe mi casa del pueblo. Y así, sin mayores problemas, tres años y casi medio.



Y en aquel momento, en el momento más importante de esos tres años y medio, no te defraudé, y dije las palabras que seguramente esperabas de mi:

"Pe-pe-pero...churri.. niña.. ¡niiiñaaaa!"

Y, de la misma forma que no había sido capaz de componer ni una respuesta ni un gesto mínimamente profundo, argumentado, reflexivo, en tres años y casi medio, no supe hacerlo en ese momento.

Y en ese momento, en el del portazo que selló lo nuestro (no, un poquito antes, mientras me mirabas desde la puerta del cuarto de baño) me sentí el ser más ridículo del mundo.

Treinta y siete años. Licenciado en Historia y con segunda especialidad en Geografía y Urbanismo, trabajos en varios Ayuntamientos, colaborando con los Planes Generales de Ordenación Urbanos. Tres años y medio como profesor interino en una comunidad autónoma ajena. Oposiciones ganadas a la cuarta convocatoria, que resultó ser una convocatoria escoba para interinos, claro, y plaza definitiva en Córdoba, (la misma que tu dejaste). Una ristra de frustraciones acumuladas en forma de relaciones, siempre fluctuando entre lo informal y un seudocompromiso obligado, que nunca superaron el año de duración; eso sí, unas cuantas ex que cuando te reencontraban componían una mueca de cariño (siempre y cuando hubiese pasado un cierto tiempo prudencial), la misma que se dedica a un cachorrillo feo. Amigos repartidos y mal antendidos en cuatro provincias, ni lo demasiado lejos como para perderlos, ni lo demasiado cerca como para mantener una verdadera camaradería.

Y, ni en el momento más importante, nunca fuí capaz de componer, a tiempo, ese gesto de reflexión básico que me otorgase una mínima credibilidad, un rastro de trasfondo, de profundidad."